“La
imperfección es belleza, la locura es genialidad, y es mejor ser absolutamente
ridículo que absolutamente aburrido” Marilyn Monroe
Como
decía Marilyn, pocas veces nos paramos a pensar cómo sería un mundo perfecto,
donde la gente actuara de una manera deseada y a la vez esperada. Donde todo
fuera milimétrico y medido hasta el último suspiro. Quizá así todo se
convertiría en la trama de esa película que tantas veces nos han contado y cuyo
final ya sabemos de memoria. O quizá la sinopsis de esa novela que tanto nos
gusta pero que no queremos volver a leer porque ya sabemos cómo actuará cada
uno de los personajes. Todo se convertiría en una falsa armonía donde las
personas se moverían por inercia, como una pelota que rueda, pero que ignora
por qué. El caminar por esta aventura sería más aburrida a falta de caídas,
contratiempos y actuaciones imprevisibles que nos hicieran temblar y a la vez
disfrutar con el sentimiento más profundo que cala hasta la parte más recóndita
de nuestros huesos. Porque es en las emociones imperfectas de los humanos, sus
desaciertos y sus tropiezos, donde encontramos la esencia de este guiso.
Aun
así, todavía hay gente que sueña con ese lugar idílico propio de una película
de dibujos animados. Bueno, en realidad todos hemos soñado con un lugar así.
Alejado del drama y el dolor, de las heridas en las rodillas tras cada caída y
donde los personajes viven en paz y armonía respetándose los unos a los otros.
La magia acaba cuando empezamos a crecer y vemos que el camino se muestra un
tanto bacheado, el mar en calma siempre alberga alguna tormenta y los
personajes que nos rodean no son lo maravillosos que podían ser. Entonces, al
abrir los ojos, nos vemos obligados a dejar de coger la vida minuciosamente con
pinzas, a agarrarla con nuestras manos antes de que se nos escape. Porque sí,
si permaneces esperando que las cosas pasen no llegan a ocurrir; hay que hacer
que las cosas pasen. El mundo no tendrá piedad en arrebatarte lo que deseas porque
no es el mundo idílico que nos muestran de pequeños; no obstante, en nuestras
manos está hacer que ese mundo imperfecto no sea un mundo idílico, pero si,
entre todos, un mundo mejor.
Pero no
solo el mundo, sino también las personas. Nuestros padres, hermanos, amigos,
vecinos… Toda la gente que forma parte de nuestra vida, forma parte de nuestra
imperfección y a la vez, formamos parte de la suya. Como me decía una abuela:
“hoy en día vivimos en una etapa en la que si algo se estropea, en vez de
arreglarlo, compramos otro”. Es esa falta de tolerancia, de aceptación de los
errores lo que nos lleva a perder la cabeza, a cargarnos de odio contra el que
está al lado y así acallar la frustración porque las cosas no son como nos
gustarían. Y es en esa travesía de furia y discusión, donde olvidamos de que la
gente puede ser tan maravillosa como nosotros hagamos que lo sea. Si ensalzamos
sus virtudes y trabajamos sus defectos con diálogo y comprensión. Claro, eso
requiere un esfuerzo y vivimos tan apresurados que no todo el mundo está
dispuesto a invertir tiempo de su vida. No obstante, siempre podremos salir
corriendo e ir en busca de piezas perfectas que encajen en nuestra vida como un
puzle perfecto, donde todo sea tan exacto como siempre hemos soñado. Pero el
mundo real no es un pasatiempo ni las personas somos piezas exactamente
modeladas. Podríamos pasarnos la vida entera buscando la pieza perfecta entre
una infinidad de opciones y que nunca llegara, porque que la pieza sea
perfecta, depende de nuestro nivel de exigencia y tolerancia. Siendo
conscientes de que nosotros mismos tampoco somos una escultura tallada en
mármol con la superficie bien pulida.
Nadie
necesita una vida perfecta para ser feliz. En un estudio, donde se comparaban
las vidas de personas, llegaron a la conclusión de que las personas más felices
no eran aquellas a las que les sucedían las cosas más fascinantes ni
extraordinarias. Entonces, ¿adivináis cuáles? Sí, las personas más felices eran
aquellas, que hacían fascinante aquello que les sucedía. Las que sacaban lo
positivo de todo lo malo que se cruzaba en su sendero. Al fin y al cabo, la
felicidad solo depende de nosotros y en nuestras manos tenemos más capacidades
de las que nos imaginamos.
No
esperéis la perfección y vuestros deseos para poder disfrutar cada bocanada de
esta vida. Para apreciar ese atardecer aunque el cielo amenace tormenta; para
maravillarse con la arbitrariedad de una noche estrellada; para contemplar el
laberinto de edificios en la colina de una gran ciudad; para fascinarse con el
vaivén de las olas en una orilla cualquiera; para valorar la compañía de aquel
que nos tiende la mano. Ama la imperfección, aprecia la vida. Porque si valoras
la imperfección, podrás hacer de este mundo un idilio en el que vivir.
Gran articulo David!! La vida es aquello que va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes... ya lo dijo Lenon. Tenemos que vivir esa vida perfecta o imperfecta, pero vivirla.
ResponderEliminarUn saludo.