“Parte del problema con la
palabra “discapacidad” es que sugiere una inhabilidad para ver, escuchar, andar
o hacer cosas que muchos de nosotros damos por sentado. Pero ¿qué ocurre con la
gente que no puede sentir, hablar de sus sentimientos, controlar sus sentimientos,
establecer relaciones cercanas, realizarse, gente que ha perdido la esperanza,
que viven en la desgracia y la amargura? Para mí, esas son las discapacidades
reales.”-Fred Rogers
“No tengo una discapacidad, tengo
una habilidad diferente. Conóceme por mis habilidades, no por mis
discapacidades.”-Robert M. Hensel
“Pon tu cara hacia el sol y no
verás las sombras.”-Helen Keller.
“La discapacidad no te define; te
define cómo haces frente a los desafíos que la discapacidad te presenta.”-Jim
Abbott.
Y así enumeraríamos una infinidad
de frases que quieren transmitirnos el mismo mensaje, y es que eso que
denominamos “discapacidad” es en realidad una situación llena de capacidades,
sueños e ilusiones. Las personas que viven inmersas en esta situación sienten
más que la mayoría de las personas “capaces”, ven más allá que gran parte del
resto de personas porque no utilizan sus ojos, sino que miran con una visión
más humana, real y cautivadora como puede ser la luz del corazón. Son capaces de transformar su mundo con solo
una sonrisa, crear felicidad de la nada entre sus familiares, amigos y su
entorno. Y sinceramente, ¿cuántos somos capaces de ello hoy en día? Es uno de
los poderes que se les han sido otorgados.
Pero si hay algo que realmente
admiro es su naturalidad. Tan sencillos y humanos como la vida misma, tan
repletos de esa espontaneidad y tan carentes de una máscara o una apariencia
que guarde recovecos de su personalidad. No tienen la necesidad de crear un
personaje en las redes sociales que se mueva en un mundo virtual al son de un
teatro más ficticio que real en ocasiones. Ellos no, son capaces de encontrar
la felicidad entre los que les rodean, son capaces de abrirse al mundo real: el
de sus seres queridos. Los que hayan tenido la oportunidad de conocer esta
magia, sabrán bien de lo que hablo.
Tampoco juzgan a la gente, aunque
lamentablemente a veces sean juzgados por su apariencia, por ser diferentes al
resto, y es que parece que en este mundo en el que vivimos, a mucha gente le
aterra la diferencia, tanto que siempre se aferra a las mismas ideas, a las
mismas especulaciones, en vez de abrir su mente y evolucionar. En vez de
engrandecer el mérito y el esfuerzo que cada día millones de personas realizan
por mejorar la calidad de vida de estos pequeños y grandes caballeros que
luchan en la simpleza del día a día por un mundo más justo y equitativo, por la
oportunidad que merecen y a veces no se les es concedida.
Así nació el proyecto que hoy os
presento, porque más allá de la armadura que nos diferencia a todos y cada uno
de los habitantes de este planeta, en el fondo subyace una misma verdad, un
trasfondo igual de humano que a veces se ve encubierto por el culto a lo físico
y material. “El verdadero caballero no lleva armadura” es un cuento que intenta
evocar la grandeza de esos valientes caballeros que pese a ser juzgados en
ocasiones por su armadura, son capaces de vencer el miedo y demostrar al mundo
de lo que realmente capaces, porque no podemos poner “barreras al campo” y
mucho menos, a la vida. Todo ello, con la ayuda de “maestros” que harán del
camino un poco más fácil. El protagonista, el caballero Zarrán, se verá
envuelto en una situación comprometida ante una oportunidad sin igual, aunque
otros caballeros con armadura, como Alonso Dante, no se lo pondrán fácil. El
cuento, bañado de emoción, sentimiento y misterio hasta el final, también
intenta de una manera metafórica enaltecer el valor de todos y cada uno de
estos caballeros sin armadura que se muestran tal como son, auténticos y
naturales. También aborda a modo de leyenda el origen de Asodema, uno de los
centros de referencia no solo a nivel local, sino regional y comarcal. El
cuento comienza así:
“En un tiempo lejano, tanto que
la naturaleza predominaba en la extensa llanura de La Mancha y el lince vagaba
a sus anchas por los Montes de Toledo, vivía un caballero de corazón noble. El
joven, alto y lánguido, no llegaba a rellenar la vieja armadura de su abuelo.
Sus ojos verdes reflejaban la ilusión de un auténtico luchador, el sentimiento
sincero con el que sueña alguna vez todo caballero: salvar una nación, un
pueblo o una princesa. Su pelo corto, denso y oscuro, mostraba la mocedad del
que aún tiene mucha vida por delante. Su piel clara aparentaba transmitir
frialdad a su entorno; sin embargo, cada vez que sonreía, despertaba una luz en
el interior de los allí presentes, una alegría y un cálido sentimiento humano
difícil de describir.
Se llamaba Ramón, pero le gustaba
que le llamaran “Zarrán”. No era un mote común, pero ya había escuchado de otros
grandes caballeros como el Cid Campeador y él, aunque todavía era un aprendiz,
quería tener un sobrenombre que fuera recordado si algún día el destino, le
daba la oportunidad de demostrar su valía…..”
No esperes para participar en la leyenda de Ramón Zarrán. Y
tú, ¿todavía no conoces al verdadero caballero?
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