martes, 15 de noviembre de 2016

La luz del camino


 Decía Martin Luther King que “si no puedes volar, entonces corre; si no puedes correr, entonces camina; si no puedes caminar, entonces arrástrate; pero hagas lo que hagas, sigue moviéndote hacia adelante”.



Cada zancada en tu vida debe ser un paso más hacia tus sueños e ilusiones, tus esperanzas y objetivos. Cada gota de sudor, cada lágrima derramada, cada llamarada de frustración, cada sonrisa de satisfacción. Todas y cada una de tus vivencias, sean las que sean, cuentan para acercarte hacia tus metas. De la felicidad se vive; pero con el dolor se crece. La alegría se disfruta; pero la tristeza nos hace más fuertes.  Todo y absolutamente todo, sin quererlo, sin buscarlo, sin merecerlo, actúa como un maestro de experiencias que moldea tu camino; aunque al final, como decía Martin, seguir avanzando o quedarte parado en este sendero solo dependerá de ti. De las pequeñas decisiones que cuelgan de un hilo invisible; del desparpajo y confianza que arrojas cada vez que te levantas; de esa lucha y constancia diarias que no desaparecen nunca. Porque al final, es cada pequeña batalla ganada en silencio, la que dictaminará tu suerte.
En esta metáfora, podríamos decir que existe un símil entre la vida y el Camino de Santiago. Una larga travesía donde cada paso nos acerca a nuestro objetivo y llegar antes o después, dependerá de nuestra mochila cargada de experiencias, de los medios que disponemos y de la preparación previa. Todo cuenta, incluso lo que no depende de nosotros, pues a veces la vida marca con flechas el camino a seguir; algunas veces de manera correcta y otras, totalmente equivocadas. Pero ver esas flechas, ver esas señales que a veces permanecen camufladas entre la maleza, los árboles, la carretera…. dependerá de ti. Sin olvidar que no importa cuán buenas sean tus zapatillas, mochila de experiencias o audacia para ver las señales; al final, el motor será tu esfuerzo. Y es que hay pocas cosas que se escapen a la voluntad de una persona que lucha y se esfuerza paso a paso. Sin prisa, pero sin pausa. Con la confianza de quien sabe dónde va, sin importar el tiempo que deba transcurrir hasta su encuentro.


Y quizá el esfuerzo no sea algo que seduzca a plena luz del día. ¿A quién le apetece sufrir, sin esperar nada a cambio? Pues el esfuerzo no hace ruido, no vende fama, no enamora, no te cura los males de golpe ni te recompensa de forma inmediata. El esfuerzo es aquello que nadie ve cuando el corredor llega a la meta, pues a menudo nos fijamos en el resultado y no en la posición desde la que partimos. Y muy pocas veces el esfuerzo de superación frente a ti mismo y las circunstancias que te rodean será recompensado si no has logrado una buena posición. Es por este motivo que la mayor ambición de los más jóvenes sea convertirse en futbolista, youtuber o tronista. No estamos acostumbrados a darlo todo, a sacar lo mejor de nosotros mismos sin una recompensa a corto plazo. Y es por ello que atrae más la idea del dinero fácil, que el esfuerzo bañado en un futuro incierto.



Pero permitirme deciros que uno de los tesoros invisibles que dan el sentido a la existencia es el esfuerzo. Pues con él no te harás rico en un día, pero si saborearás cada pequeño logro como la felicidad más absoluta.  No hay que olvidar que al fin y al cabo, las cosas adquieren la importancia por el esfuerzo que hay detrás de ellas; y el valor de las cosas las otorga el tiempo, por ello las antigüedades tienen un valor superior. De esta manera, el esfuerzo siempre irá de la mano del tiempo, y en esta simbiosis, todo lo que suponga una inversión de tiempo y esfuerzo mayor, tendrá más valor que cualquier objeto bañado en oro.
El esfuerzo es el diamante en bruto que todos podemos poseer si rebuscamos en lo más profundo de nosotros; es la llave de nuestras pasiones, de nuestros anhelos.  ¿Cómo vas a saber hasta dónde puedes llegar si no te esfuerzas? Sin ese diamante inmaterial, sin ese faro invisible que te guía en cada paso, sin ese esfuerzo que ilumina tu camino la duda siempre permanecerá perenne: ¿pude llegar más lejos? Podrán pasar los años, pero el silencio del pasado no responderá nunca. Y aunque te escudes en una y mil excusas, quizá no haya otro camino; y nunca lo hubo.
 

No desesperéis hasta llegar a Santiago. No os ahoguéis en el deseo ferviente de vuestros objetivos. Disfrutad, contemplad la travesía. Pues lo importante no es llegar, lo maravilloso es el camino. Que el tiempo es sabio y al final, por una ley no escrita, pone a cada uno donde se merece. Cultivad en las escuelas esfuerzo y sacrificio para que algún día, broten personas capaces de afrontar cualquier decisión desde la humildad más profunda: aquella que se fragua entre arados y siembra diaria, manchando las rodillas para ver florecer el huerto. Y no importa cuán lejos parezca, el que se esfuerza podrá caer una y otra vez, pero tarde o temprano, de forma inevitable, el exterior reflejará la lucha interna que durante meses o años, ha llevado a cabo en silencio. Porque las mejores batallas, son aquellas que se sustentan con uno mismo, ante la oscuridad de un camino que paso a paso, se hará más brillante cada vez.








miércoles, 9 de noviembre de 2016

¿Todavía no lo conoces?

Si aún no conoces qué es el Comienzo de la Victoria haz click en la pestaña superior "El Comienzo de la Victoria" para descubrir algunos aspectos de la novela y los tesoros invisibles que se plasman en ella. No esperes para adentrarte en esta emocionante aventura cargada de alegría, drama, reflexión y misterio que no te dejará indiferente.
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jueves, 21 de julio de 2016

La perfecta imperfección


“La imperfección es belleza, la locura es genialidad, y es mejor ser absolutamente ridículo que absolutamente aburrido” Marilyn Monroe



Como decía Marilyn, pocas veces nos paramos a pensar cómo sería un mundo perfecto, donde la gente actuara de una manera deseada y a la vez esperada. Donde todo fuera milimétrico y medido hasta el último suspiro. Quizá así todo se convertiría en la trama de esa película que tantas veces nos han contado y cuyo final ya sabemos de memoria. O quizá la sinopsis de esa novela que tanto nos gusta pero que no queremos volver a leer porque ya sabemos cómo actuará cada uno de los personajes. Todo se convertiría en una falsa armonía donde las personas se moverían por inercia, como una pelota que rueda, pero que ignora por qué. El caminar por esta aventura sería más aburrida a falta de caídas, contratiempos y actuaciones imprevisibles que nos hicieran temblar y a la vez disfrutar con el sentimiento más profundo que cala hasta la parte más recóndita de nuestros huesos. Porque es en las emociones imperfectas de los humanos, sus desaciertos y sus tropiezos, donde encontramos la esencia de este guiso.

Aun así, todavía hay gente que sueña con ese lugar idílico propio de una película de dibujos animados. Bueno, en realidad todos hemos soñado con un lugar así. Alejado del drama y el dolor, de las heridas en las rodillas tras cada caída y donde los personajes viven en paz y armonía respetándose los unos a los otros. La magia acaba cuando empezamos a crecer y vemos que el camino se muestra un tanto bacheado, el mar en calma siempre alberga alguna tormenta y los personajes que nos rodean no son lo maravillosos que podían ser. Entonces, al abrir los ojos, nos vemos obligados a dejar de coger la vida minuciosamente con pinzas, a agarrarla con nuestras manos antes de que se nos escape. Porque sí, si permaneces esperando que las cosas pasen no llegan a ocurrir; hay que hacer que las cosas pasen. El mundo no tendrá piedad en arrebatarte lo que deseas porque no es el mundo idílico que nos muestran de pequeños; no obstante, en nuestras manos está hacer que ese mundo imperfecto no sea un mundo idílico, pero si, entre todos, un mundo mejor.

Pero no solo el mundo, sino también las personas. Nuestros padres, hermanos, amigos, vecinos… Toda la gente que forma parte de nuestra vida, forma parte de nuestra imperfección y a la vez, formamos parte de la suya. Como me decía una abuela: “hoy en día vivimos en una etapa en la que si algo se estropea, en vez de arreglarlo, compramos otro”. Es esa falta de tolerancia, de aceptación de los errores lo que nos lleva a perder la cabeza, a cargarnos de odio contra el que está al lado y así acallar la frustración porque las cosas no son como nos gustarían. Y es en esa travesía de furia y discusión, donde olvidamos de que la gente puede ser tan maravillosa como nosotros hagamos que lo sea. Si ensalzamos sus virtudes y trabajamos sus defectos con diálogo y comprensión. Claro, eso requiere un esfuerzo y vivimos tan apresurados que no todo el mundo está dispuesto a invertir tiempo de su vida. No obstante, siempre podremos salir corriendo e ir en busca de piezas perfectas que encajen en nuestra vida como un puzle perfecto, donde todo sea tan exacto como siempre hemos soñado. Pero el mundo real no es un pasatiempo ni las personas somos piezas exactamente modeladas. Podríamos pasarnos la vida entera buscando la pieza perfecta entre una infinidad de opciones y que nunca llegara, porque que la pieza sea perfecta, depende de nuestro nivel de exigencia y tolerancia. Siendo conscientes de que nosotros mismos tampoco somos una escultura tallada en mármol con la superficie bien pulida.



Nadie necesita una vida perfecta para ser feliz. En un estudio, donde se comparaban las vidas de personas, llegaron a la conclusión de que las personas más felices no eran aquellas a las que les sucedían las cosas más fascinantes ni extraordinarias. Entonces, ¿adivináis cuáles? Sí, las personas más felices eran aquellas, que hacían fascinante aquello que les sucedía. Las que sacaban lo positivo de todo lo malo que se cruzaba en su sendero. Al fin y al cabo, la felicidad solo depende de nosotros y en nuestras manos tenemos más capacidades de las que nos imaginamos.

No esperéis la perfección y vuestros deseos para poder disfrutar cada bocanada de esta vida. Para apreciar ese atardecer aunque el cielo amenace tormenta; para maravillarse con la arbitrariedad de una noche estrellada; para contemplar el laberinto de edificios en la colina de una gran ciudad; para fascinarse con el vaivén de las olas en una orilla cualquiera; para valorar la compañía de aquel que nos tiende la mano. Ama la imperfección, aprecia la vida. Porque si valoras la imperfección, podrás hacer de este mundo un idilio en el que vivir.




 

 

jueves, 16 de junio de 2016

La llamada patria


Decía Ramiro de Maeztu que “ la patria es espíritu. Ello dice que el ser de la patria se funda en un valor o en una acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan”



El tiempo pasa, la sociedad se modifica y las personas cambian con ella. Pero olvidamos que cambiar, no es avanzar, que hoy tengamos mejores medios de comunicación no evita que sigamos cometiendo los mismos errores que ayer. Y esta nación, no cesa de caer en los mismos errores una y otra vez. Y esto se acentúa cuando la gente, como decía Maeztu, pierde los valores que nos unen como personas, que nos hacen creer en un mundo mejor, porque para cambiar una ciudad, una comunidad o un país, se necesitan personas cargadas de fe en un mañana mejor, que no hagan alarde de una bandera que en realidad no sienten. Ser de un país no es llevar la banderita en el fondo de pantalla, ni pintarse la cara de los colores de tu selección cuando llega el mundial o la Eurocopa. Ser de un país no es defenderlo a capa y espada con palabras, ni desacreditar al resto de países o personas por razón de su origen o etnia.

Sentir un país es partirse la espalda por el de al lado, dejar que el sudor surque la frente por cada esfuerzo, por cada ayuda que damos y servicio que prestamos. Mostrar tu mejor versión sin esperar nada a cambio. Eso nos hace humanos y no autómatas que deambulan errantes tratando de salvar su pellejo porque no saben si llegaran a fin de mes. Si no dejamos aparcados el odio, el rencor, la rabia, la ira, las espinas de guerras pasadas, el dolor de tantas vidas perdidas en vano, nunca podremos avanzar.  Para seguir adelante, es necesario dejar aparcado el pasado y construir un nuevo país con gente honrada, que gane lo que necesita; con gente honesta con su vida, que sienta lo que dice y cumpla con su palabra hasta el final, sin enfundarse en falsas promesas electorales que nunca serán verdad; gente que ame hasta el último suspiro de esta vida y lo demuestren cada día; gente llena de valores que busquen en el esfuerzo la meta de sus sueños, que no se dejen llevar por placeres súbitos y profesiones vacías que te llenaran los bolsillos, pero que lentamente, como aquel que vuelca un vaso, vacíen su corazón.

Tantos intereses ocultos, tantos lugares llenos de gente pero ausente de personas; tantos talonarios repletos y corazones congelados; tantas plazas silentes y bancos ruidosos; tantas verdades ocultas y tantas mentiras mostradas;  tantas falsas sonrisas y tanto dolor verdadero; tantas casas vacías y tanta gente que vive en la calle; tantos con capacidad para llegar lejos y tan pocos que lo hacen por no creer en su sueño, por no tener claro su objetivo en la vida; tantas personas con un objetivo claro y que sin embargo, no tienen posibilidad de llevarlo a cabo; tantos niños sin infancia y tantos parques sin niños;  tantas conversaciones en los móviles y tanto silencio en cada mirada, en cada encuentro, en cada compañía; tantos libros repletos y tantas mentes ausentes de conocimiento que recitan sin aprender; tantos campos de fútbol y tanto fracaso escolar; tantas plazas de toros y tantos recortes en la sanidad; tanto odio injustificado, tanta venganza y tan poca solidaridad.

Estaba claro que algún día llegaría ese momento; el momento de despertar y darse cuenta de que no podemos  presumir de un país que a pesar de tener los mejores equipos de fútbol, los mejores estadios, los mejores toreros, las mejores playas de Europa y demás motivos de ocio, encabeza la lista de parados, de paro juvenil, de abandono escolar, de familias en riesgo de exclusión social y de pobreza infantil.

Pero no temáis. Aún queda esperanza en el obrero que cada mañana se levanta para sacar este país adelante, que hace del sudor de su frente su bandera y que tributa de manera honrada como una hormiga que intenta cargar a sus espaldas el peso de un país entero; la base de esta pirámide que por momentos se tambalea. Nadie es más importante que nadie, todos nos necesitamos. Y es ahí, en cada agricultor que madruga para labrar la tierra; en el ganadero que no descansa para salir adelante; en cada pescadero que sale a faenar cada mañana incluso para no volver en meses; en cada bombero que arriesga su vida por salvar a los demás; en cada policía que intenta poner orden; en cada camarero que madruga para servirte el café; en cada voluntario que trabaja sin cesar para ayudar a los necesitados; en cada científico que no duerme por descubrir una cura; en cada profesor que deja el alma por crear grandes personas; es en estos casos y en otros tantos, en los que podemos alzar la voz y gritar “viva mi nación” y sentirnos orgullosos de pertenecer a ella. Porque no hay derechas ni hay izquierdas, no hay rojos ni azules; no hay verdades absolutas ni leyes impolutas; no hay ideas que tengan supremacía sobre otras. Para que crezca un país es necesario que crezcan las personas, que se carguen de humanidad y se conviertan en personas repletas de solidaridad, de honradez, de honestidad, que sientan la amistad y el amor.  Que aprecien su vida y la de sus familias. Que sean conscientes de que la fachada es muy bonita, que el color de la bandera luce muy bien, pero que lo que verdaderamente importa es el interior, convertir las palabras en hechos, las verdades en realidades y las promesas en compromisos eternos. Sólo así seremos grandes y espero que para cuando despertemos de este letargo, no sea demasiado tarde.



 

viernes, 12 de febrero de 2016

Intemporal


Aquella mañana decidió llover. No era un día alegre por definición, pero nada podía arrebatar la magia del momento. Entre la ida y venida de pasajeros, en medio de la inmensa estación de tren, dos miradas se cruzaron en un curso intemporal, como dos latidos que se sincronizan al son de un mismo pálpito. Tantos pasos los separaban, que sin pensarlo dos veces, decidieron correr uno hacia el otro como dos imanes que de forma irremediable se ven atraídos. ‹‹Es papá››, parecía decirle emocionada, con los ojos brillando de una manera especial,  la mujer al niño que llevaba en brazos. Éste, atónito a sus 2 o 3 años, movía la cabeza de un lado al otro intentando no perder ni un solo detalle de aquella escena. Quién sabe si para guardar en la memoria el encuentro para que tantos años después, pudiera recordar el día en que conoció a su padre.





Y por fin el tan ansiado momento. La mirada sincera, pura y transparente que precede al beso y al abrazo de un reencuentro de dos manos que se entrelazan para mostrar la fortaleza de una unión que se consolida con cada instante que pasa, porque para ellos, el tiempo no transcurre en el mismo cauce de la mortalidad. ‹‹Ha sido difícil la espera››, parecía decirle él. Pero esa laguna extensa de soledad, ahora sí, había merecido la pena. La distancia no había podido separar lo que un día, fuera por azar o destino, el tiempo había unido.

Juntos, cogidos de la mano y sujetando algunos vestigios del curso militar del hombre, abandonaron la estación entre la muchedumbre y una mañana lluviosa que para nada, pudo empañar la felicidad que habitaba en su interior.

Esta es una de tantas historias que recorren nuestras calles y los rincones de millones y millones de estaciones cada día. Esa soledad compartida, esa espera que yace ansiosa ante el tan esperado reencuentro en el que lo virtual deja de ser una fantasía para convertirse en realidad. Atrás habían quedado las llamadas de móvil, los mensajes, las videollamadas con el ordenador. Olvidadas quedaban aquellas noches de tortuosa incertidumbre sobre rumbo de sus destinos. Todo de nuevo, volvía a tomar forma, a ser perfecto en un mundo tan imperfecto e inexacto a la vez.

¿Se puede explicar esa fuerza capaz de transformar la mente y las personas? El amor, que todo lo puede y todo lo quiere. Que puede atraparte cuando menos te lo esperas. Que es capaz de transformar una situación angustiosa en amena, un brazo de apoyo, un soporte, un impulso en lo malo y un aliento en lo bueno. Pero, ¿qué es esa sustancia inmaterial e inagotable que no puede localizarse como un órgano material? Y que sin embargo, es capaz de mover a las personas.

Algunos dirán que tan solo es una mezcla fortuita de hormonas en un lugar y en un momento adecuado, un flujo de oxitocina que nos hace perder la cabeza.  Y aunque hoy en día su significado haya quedado tan devaluado como el de novio/a, familia y empiece a estar sustituido por rollo o amigo/con derecho a roce o “mis viejos”, lo cierto es que ese poder sigue siendo tan misterioso y tan presente como desde tiempos inmemorables. No podemos elegir cuando sentirlo, cuando liberar esa hormona oxitocina que según los expertos mueve los hilos de un sentimiento; eso hace que todo se vuelva más complejo y no se trate tan solo de una casualidad en un lugar en el tiempo apropiado.

Es curioso que no elegimos tener los padres que tenemos; sin embargo, los queremos como si los hubiéramos elegido una y otra vez en una selección infinita. Es curioso que entre millones y millones de personas, que pueblan, poblaron y poblarán el mundo dos personas coincidan para darse el sí quiero como si de manera inevitable, sintiéndose parte de una misma entidad, necesitaran estar juntos. Es por ello que el amor a quienes nos rodean es intemporal, no entiende de sucesos cronológicos, de estaciones en el tiempo, de lugares ni personas.

Tampoco entiende de lo material, pues hay quien ama una novela como una obra cinematográfica o una escultura. Es universal, pues a lo largo del mundo hay quien ama una religión, un pueblo o una nación. Es también ajeno al adiós, pues mucho tiempo después de habernos alejado de aquello que tanto queríamos, es irremediable volver a sentir atisbos de ese sentimiento cuando aquello vuelve a rozar nuestro recuerdo. Tampoco comprende lo que es una espera, porque es capaz de aguardar el momento en una soledad impaciente cargada de locura y cordura al mismo tiempo. ¡Qué raro es!¡ Quizá no haya quien lo comprenda! Pero de lo que sí podemos estar seguros,  es que jamás un héroe o una heroína pudo salvar nada sino es movido por ese sentimiento que implica sentirse vivo y morir en vida cuando por el mismo azar o destino, se escapa de nuestras manos.

Viktor Frankl, un psiquiatra austriaco que publicó una obra abordando el sentido del amor en un momento de intensa dificultad como fue el paso por un campo de concentración señala: “Cuando estábamos en el campo, tanto mis camaradas como yo, nos dábamos cuenta de que ninguna felicidad sobre la tierra podría compensar en el futuro todo lo sufrido por nosotros durante nuestra reclusión. Si hubiésemos levantado un balance de la dicha, solo habría arrojado este saldo favorable: estrellarnos contra las alambradas, es decir, quitarnos la vida. Los que no lo hacíamos, nos absteníamos de hacerlo llevados del profundo sentimiento de obligación. En cuanto a mí, me sentía obligado hacia mi madre a no arrebatarme la vida. Nos amábamos el uno al otro más que a nada en el mundo. Esto hacía que mi vida alcanzara, a pesar de todo, un sentido. Tenía, sin embargo, que contar diariamente y a todas horas con la posibilidad de morir. También mi muerte debía adquirir un sentido, lo mismo que a todos los sufrimientos que me esperaban antes de llegar a ella. Llevado de estas reflexiones seguí un pacto con el cielo: si lo que yo tuviese que sufrir hasta llegar la hora, también daría a mi madre, en la suya, una muerte dulce. Solo así, concebida como un sacrificio, me parecía soportable toda mi existencia atormentadora. Solo me sentía capaz de vivir mi vida, a condición de que esta tuviese algún sentido; pero tampoco quería padecer mis torturas y morir mi muerte, más que si mi muerte y mis sufrimientos tenían algún sentido.”

Era pues el amor la fuerza que hacía que la vida adquiriera sentido alguno ante las complicadas condiciones en las que se encontraban. Esa era la fuerza, que en el fondo, empujaba a aquellas personas a continuar resistiendo el vendaval, la tempestad, la oscuridad de la noche y el frío insoportable. Era ese sentimiento el que les aportaba una bocanada vital para no cesar en el empeño, para levantarse cada día con la esperanza de que algo iba a cambiar, de que volverían a ver a las personas que tanto amaban, soportando la incertidumbre de un futuro lejano o un reencuentro con sus familiares aún improbable, en una espera insoportable y desdichada. Y aunque tantos años después las condiciones de vida han cambiado, todavía hoy, oculto en nuestra sociedad, luchando por no desaparecer, ese sentimiento se esconde en cada acto, esperando a ser descubierto o deseando ser recuperado. En cada proyecto, en cada paso en este largo camino, se puede querer lo que uno hace y a los que día y noche, hombro con hombro, hacen de esta trayectoria un paseo más ameno y confortable. Sin olvidar que no es necesario un 14 de Febrero, un 19 de Marzo o el primer domingo de Mayo; este poder permanece perenne, intemporal, porque por muchos años que pasen, aún hoy en multitud de estaciones, calles y hogares se puede sentir el mismo sentimiento que un día, empujó a nuestros predecesores a creer en un mundo mejor.

 

 

 

jueves, 21 de enero de 2016

Tras el acero de una armadura


“Parte del problema con la palabra “discapacidad” es que sugiere una inhabilidad para ver, escuchar, andar o hacer cosas que muchos de nosotros damos por sentado. Pero ¿qué ocurre con la gente que no puede sentir, hablar de sus sentimientos, controlar sus sentimientos, establecer relaciones cercanas, realizarse, gente que ha perdido la esperanza, que viven en la desgracia y la amargura? Para mí, esas son las discapacidades reales.”-Fred Rogers



“No tengo una discapacidad, tengo una habilidad diferente. Conóceme por mis habilidades, no por mis discapacidades.”-Robert M. Hensel

“Pon tu cara hacia el sol y no verás las sombras.”-Helen Keller.

“La discapacidad no te define; te define cómo haces frente a los desafíos que la discapacidad te presenta.”-Jim Abbott.

Y así enumeraríamos una infinidad de frases que quieren transmitirnos el mismo mensaje, y es que eso que denominamos “discapacidad” es en realidad una situación llena de capacidades, sueños e ilusiones. Las personas que viven inmersas en esta situación sienten más que la mayoría de las personas “capaces”, ven más allá que gran parte del resto de personas porque no utilizan sus ojos, sino que miran con una visión más humana, real y cautivadora como puede ser la luz del corazón.  Son capaces de transformar su mundo con solo una sonrisa, crear felicidad de la nada entre sus familiares, amigos y su entorno. Y sinceramente, ¿cuántos somos capaces de ello hoy en día? Es uno de los poderes que se les han sido otorgados.

Pero si hay algo que realmente admiro es su naturalidad. Tan sencillos y humanos como la vida misma, tan repletos de esa espontaneidad y tan carentes de una máscara o una apariencia que guarde recovecos de su personalidad. No tienen la necesidad de crear un personaje en las redes sociales que se mueva en un mundo virtual al son de un teatro más ficticio que real en ocasiones. Ellos no, son capaces de encontrar la felicidad entre los que les rodean, son capaces de abrirse al mundo real: el de sus seres queridos. Los que hayan tenido la oportunidad de conocer esta magia, sabrán bien de lo que hablo.


Tampoco juzgan a la gente, aunque lamentablemente a veces sean juzgados por su apariencia, por ser diferentes al resto, y es que parece que en este mundo en el que vivimos, a mucha gente le aterra la diferencia, tanto que siempre se aferra a las mismas ideas, a las mismas especulaciones, en vez de abrir su mente y evolucionar. En vez de engrandecer el mérito y el esfuerzo que cada día millones de personas realizan por mejorar la calidad de vida de estos pequeños y grandes caballeros que luchan en la simpleza del día a día por un mundo más justo y equitativo, por la oportunidad que merecen y a veces no se les es concedida. 




Así nació el proyecto que hoy os presento, porque más allá de la armadura que nos diferencia a todos y cada uno de los habitantes de este planeta, en el fondo subyace una misma verdad, un trasfondo igual de humano que a veces se ve encubierto por el culto a lo físico y material. “El verdadero caballero no lleva armadura” es un cuento que intenta evocar la grandeza de esos valientes caballeros que pese a ser juzgados en ocasiones por su armadura, son capaces de vencer el miedo y demostrar al mundo de lo que realmente capaces, porque no podemos poner “barreras al campo” y mucho menos, a la vida. Todo ello, con la ayuda de “maestros” que harán del camino un poco más fácil. El protagonista, el caballero Zarrán, se verá envuelto en una situación comprometida ante una oportunidad sin igual, aunque otros caballeros con armadura, como Alonso Dante, no se lo pondrán fácil. El cuento, bañado de emoción, sentimiento y misterio hasta el final, también intenta de una manera metafórica enaltecer el valor de todos y cada uno de estos caballeros sin armadura que se muestran tal como son, auténticos y naturales. También aborda a modo de leyenda el origen de Asodema, uno de los centros de referencia no solo a nivel local, sino regional y comarcal. El cuento comienza así:

“En un tiempo lejano, tanto que la naturaleza predominaba en la extensa llanura de La Mancha y el lince vagaba a sus anchas por los Montes de Toledo, vivía un caballero de corazón noble. El joven, alto y lánguido, no llegaba a rellenar la vieja armadura de su abuelo. Sus ojos verdes reflejaban la ilusión de un auténtico luchador, el sentimiento sincero con el que sueña alguna vez todo caballero: salvar una nación, un pueblo o una princesa. Su pelo corto, denso y oscuro, mostraba la mocedad del que aún tiene mucha vida por delante. Su piel clara aparentaba transmitir frialdad a su entorno; sin embargo, cada vez que sonreía, despertaba una luz en el interior de los allí presentes, una alegría y un cálido sentimiento humano difícil de describir.

Se llamaba Ramón, pero le gustaba que le llamaran “Zarrán”. No era un mote común, pero ya había escuchado de otros grandes caballeros como el Cid Campeador y él, aunque todavía era un aprendiz, quería tener un sobrenombre que fuera recordado si algún día el destino, le daba la oportunidad de demostrar su valía…..”




Ahora tenéis la oportunidad de formar parte de la leyenda del Caballero Zarrán y colaborar con ASODEMA. Todos los beneficios son para la asociación y podéis adquirir el cuento allí, en el Centro Ocupacional de Asodema en Madridejos. También agradecer la colaboración de la asociación en este pequeño proyecto con Tesoros Invisibles como el primer cimiento de un proyecto social que trata de engrandecer los valores que no se ven, pero que forman parte de lo que somos, siendo el motor de nuestra existencia. También valorar la labor que llevan desarrollando tantos años y de la que sin duda, todos los Madridejenses nos sentimos orgullosos.


No esperes para participar en la leyenda de Ramón Zarrán. Y tú, ¿todavía no conoces al verdadero caballero?