Decía
Martin Luther King que “si no puedes volar, entonces corre; si no puedes correr,
entonces camina; si no puedes caminar, entonces arrástrate; pero hagas lo que
hagas, sigue moviéndote hacia adelante”.
Cada zancada
en tu vida debe ser un paso más hacia tus sueños e ilusiones,
tus esperanzas y objetivos. Cada gota de sudor, cada lágrima derramada,
cada llamarada de frustración, cada sonrisa de satisfacción. Todas y cada una
de tus vivencias, sean las que sean, cuentan para acercarte hacia tus metas. De
la felicidad se vive; pero con el dolor se crece. La alegría se disfruta; pero
la tristeza nos hace más fuertes. Todo y
absolutamente todo, sin quererlo, sin buscarlo, sin merecerlo, actúa como un
maestro de experiencias que moldea tu camino; aunque al final, como decía
Martin, seguir avanzando o quedarte parado en este sendero solo dependerá de
ti. De las pequeñas decisiones que cuelgan de un hilo invisible; del desparpajo
y confianza que arrojas cada vez que te levantas; de esa lucha y constancia
diarias que no desaparecen nunca. Porque al final, es cada pequeña batalla
ganada en silencio, la que dictaminará tu suerte.
En esta
metáfora, podríamos decir que existe un símil entre la vida y el Camino de
Santiago. Una larga travesía donde cada paso nos acerca a nuestro objetivo y
llegar antes o después, dependerá de nuestra mochila cargada de experiencias,
de los medios que disponemos y de la preparación previa. Todo cuenta, incluso
lo que no depende de nosotros, pues a veces la vida marca con flechas el camino
a seguir; algunas veces de manera correcta y otras, totalmente equivocadas. Pero
ver esas flechas, ver esas señales que a veces permanecen camufladas entre la
maleza, los árboles, la carretera…. dependerá de ti. Sin olvidar que no importa
cuán buenas sean tus zapatillas, mochila de experiencias o audacia para ver las
señales; al final, el motor será tu esfuerzo. Y es que hay pocas cosas que se
escapen a la voluntad de una persona que lucha y se esfuerza paso a paso. Sin
prisa, pero sin pausa. Con la confianza de quien sabe dónde va, sin importar el
tiempo que deba transcurrir hasta su encuentro.
Y quizá el esfuerzo no sea algo que seduzca a plena luz del día. ¿A quién le apetece sufrir, sin esperar nada a cambio? Pues el esfuerzo no hace ruido, no vende fama, no enamora, no te cura los males de golpe ni te recompensa de forma inmediata. El esfuerzo es aquello que nadie ve cuando el corredor llega a la meta, pues a menudo nos fijamos en el resultado y no en la posición desde la que partimos. Y muy pocas veces el esfuerzo de superación frente a ti mismo y las circunstancias que te rodean será recompensado si no has logrado una buena posición. Es por este motivo que la mayor ambición de los más jóvenes sea convertirse en futbolista, youtuber o tronista. No estamos acostumbrados a darlo todo, a sacar lo mejor de nosotros mismos sin una recompensa a corto plazo. Y es por ello que atrae más la idea del dinero fácil, que el esfuerzo bañado en un futuro incierto.
Pero
permitirme deciros que uno de los tesoros invisibles que dan el sentido a la
existencia es el esfuerzo. Pues con él no te harás rico en un día, pero si
saborearás cada pequeño logro como la felicidad más absoluta. No hay que olvidar que al fin y al cabo, las
cosas adquieren la importancia por el esfuerzo que hay detrás de ellas; y el
valor de las cosas las otorga el tiempo, por ello las antigüedades tienen un
valor superior. De esta manera, el esfuerzo siempre irá de la mano del tiempo,
y en esta simbiosis, todo lo que suponga una inversión de tiempo y esfuerzo
mayor, tendrá más valor que cualquier objeto bañado en oro.
El
esfuerzo es el diamante en bruto que todos podemos poseer si rebuscamos en lo
más profundo de nosotros; es la llave de nuestras pasiones, de nuestros
anhelos. ¿Cómo vas a saber hasta dónde
puedes llegar si no te esfuerzas? Sin ese diamante inmaterial, sin ese faro
invisible que te guía en cada paso, sin ese esfuerzo que ilumina tu camino la
duda siempre permanecerá perenne: ¿pude llegar más lejos? Podrán pasar los
años, pero el silencio del pasado no responderá nunca. Y aunque te escudes
en una y mil excusas, quizá no haya otro camino; y nunca lo hubo.
No desesperéis hasta llegar a Santiago. No os
ahoguéis en el deseo ferviente de vuestros objetivos. Disfrutad, contemplad la
travesía. Pues lo importante no es llegar, lo maravilloso es el camino. Que el
tiempo es sabio y al final, por una ley no escrita, pone a cada uno donde se
merece. Cultivad en las escuelas esfuerzo y sacrificio para que algún día,
broten personas capaces de afrontar cualquier decisión desde la humildad más
profunda: aquella que se fragua entre arados y siembra diaria, manchando las
rodillas para ver florecer el huerto. Y no importa cuán lejos parezca, el que
se esfuerza podrá caer una y otra vez, pero tarde o temprano, de forma
inevitable, el exterior reflejará la lucha interna que durante meses o años, ha
llevado a cabo en silencio. Porque las mejores batallas, son aquellas que se
sustentan con uno mismo, ante la oscuridad de un camino que paso a paso, se
hará más brillante cada vez.