miércoles, 2 de agosto de 2017

Evanescente


“La juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejece.” Franz Kafka


Postrado sobre la cama yace un cuerpo débil, delicado, sensible. Agitando sus brazos reclama atención; pedaleando en el aire con sus pequeños piececillos, exige crecer más deprisa. El pequeño tesoro de la casa apenas conoce nuestros nombres, apenas conoce nada del mundo, pero reconocer un rostro de alegría, hace que sonría a carcajada pura. Identificar la belleza de una manera natural hace que su tierna inocencia se convierta en el lado más humano que nos representa. Y eso es inigualable, un sentimiento que se contagia a los allí presentes. El tiempo, la espera, ha merecido la pena.

Atrás quedaron los miedos de sus padres, sus incertidumbres, las numerosas esperas en el centro sanitario, las incontables analíticas, los nervios por las primeras ecografías, las dietas, los antojos, las noches en vela, la pesadez de espalda, el cansancio vespertino, los cambios de talla, las estrías, el aumento de peso, las primeras pataditas, la alegría tensa de comunicar el embarazo a los más allegados. Pero de un momento a otro, por fin llega el día. La rotura de aguas anuncia la llegada de un nuevo inquilino; el mundo, sin conocerlo, ya espera impaciente sus primeros llantos. Porque sí, nada más nacer ya celebra la vida con llantos, ignorando aún todo lo que le queda por pasar. ¡Cómo para gastar llantos está la cosa con un camino tan largo!

A la espera de los primeros gateos, pronto le seguirán los primeros pasos y palabras. Más tarde tendrá que aprender a leer, pero todavía se conforma con los muñecos, colores y formas. No obstante, ese proceso de aprendizaje también se forja en su interior, por lo que pronto surgen los primeros contratiempos. El pequeño lleva varios días con escaso apetito hasta que una tarde,  se presenta con una irritabilidad especial. Más apagado, más colorido y más llorón de lo normal. Sus padres le ponen el termómetro y al comprobarlo, el pequeño tiene fiebre. Tratan de calmarlo con medios convencionales y así transcurre la tarde. Hasta que en un descuido, cuando la madre vuelve de la cocina, observan como el pequeño, rígido como una estatua, hace movimientos extraños, repetitivos, convulsivos, extendiendo sus brazos hacia la nada, disuadiendo su mirada en el techo de la habitación. Al contemplarlo, la madre lo carga en brazos y junto con el padre, bañados en un auténtico caos, corren por las escaleras del piso hacia la calle para buscar ayuda. Al oír el griterío, varios vecinos salen al encuentro. Desconcierto, lamentos, temor por el devenir. La angustia de unos padres que creen perder a su pequeño, mientras la ambulancia llega hasta el lugar. Todo en escasos minutos, aunque los allí presentes, lo viven como una eternidad.

Pronto la joya se recupera, pese al susto inicial. Ha sufrido una convulsión febril, nada de lo que preocuparse a largo plazo, pues el pequeño seguirá creciendo sin secuela alguna. Aunque el susto en los padres, si dejará huella para toda la vida. Muchas más serán las noches en las que esas dos personas, preocupados por el estado de su retoño, pasarán sin pegar ojo.  Unas veces por un estado de salud mermado, una alergia, una infección, una enfermedad grave, una fractura jugando en el parque; otras, por su adaptación en el entorno, su primer día de colegio, sus primeros resultados académicos, sus primeros viajes fuera de la ciudad.

Y así pasa el tiempo, con unos padres entregados en cuerpo y alma a la causa, alternando el sudor de su frente, las horas de su trabajo, su esfuerzo por salir adelante, con un cuidado elemental en la casa.  Siendo éste el motivo para levantarse cada mañana, la motivación durante la jornada laboral y la alegría al volver junto al pequeño. Así lo dan todo sin esperar nada a cambio, una deuda que como nuestro joven protagonista, adquirimos todos por el simple hecho de haber nacido. Centenares de historias que soportaron nuestros predecesores, para que hoy seamos lo que somos. Tantas noches en vela para ver cómo nuestro velero, navega viento en popa. Y gracias a ello, y gracias a ellos, hoy hemos llegado, en parte, donde nos encontramos. Cada experiencia vivida, cada suceso que nos marcó como una impronta, no hubiera sido igual sin esas personas que tras nosotros, batallan para hacernos la vida más fácil.

A ellos no sólo les debemos la vida, sino nuestra fortuna cada vez que al caernos, sentimos que allí están ellos para levantarnos la moral. Para devolvernos la ilusión. Para retomar el vuelo. Y no cabe duda que lo volverían hacer una y otra vez, infinitamente en una espiral de tierna comprensión y fortaleza. Un acantilado contra el que frenar nuestra marea cada vez que las olas van y vienen. Porque si el tiempo amenaza tormenta, ya se encargan ellos de bajarte el sol para verte sonreír.  Y si la oscuridad de la noche nos desconcierta, ya se ocuparán de encender esa luz tan mágica y especial. Ese brillo que nos encandila el alma para seguir avanzando.

Así pasan los años, las dificultades y las innumerables situaciones que nos van forjando lentamente. La mayoría de ellas caerán en el olvido. Otras, se esfumaran, evanescentes, dejando un ligero aroma a agradecimiento por cada cuidado, por cada decisión, por cada esfuerzo,  por cada preocupación, por cada impronta que nos ayudó a crecer y en la que incansables, nuestros padres estaban para asegurarnos lo mejor. Quizá ya hace mucho de ello, pero si cierras los ojos aún se puede sentir la ilusión de los primeros pasos, de los primeros logros, de las primeras etapas. Si escuchas con atención, aún resuena el eco de las primeras navidades, de los primeros cumpleaños. Sensaciones evanescentes, como tantas otras, pues crecer es quemar etapas. Hundir los miedos. Abrir las puertas. Avanzar hacia nuevas metas. La belleza de cada gesto, hace que en nuestro interior, no envejezcan jamás. Y en este escalofrío efímero, la seguridad de que pase lo que pase, alguien vela, veló y velará para que ese sentimiento evanescente, no muera nunca.

Gracias a los que cada día, lo hacen posible.