lunes, 26 de junio de 2017

La mirada abstracta





“Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
hay ojos que ríen -risa placentera,
hay ojos que lloran -con llanto de pena,
unos hacia adentro -otros hacia fuera”





Como bien decía Unamuno, hay ojos que más allá de una mirada, parece que te envuelven en otra dimensión. Ojos solemnes que en la grandiosidad de un parpadeo, son capaces de transmitir sus sueños y entresijos, sus más inquietantes miedos e incluso, descubrir el alma que guardan dentro. Hay ojos afables, simpáticos y juguetones; otros, en cambio, gruñen con cada balanceo de pestañas. Pero si hay unos ojos inquietantes, que asombrarían hasta al más  indiferente, son los abstractos, aquellos que se muestran tal como son, pero de una manera indescifrable a simple vista; una mirada muda que en primera apariencia podría pasar como una mirada vacía, solitaria y obsoleta. Esos ojos que se muestran naturales, con una mirada fija al más allá, que en un lenguaje encriptado intentan pasar desapercibidos. Esa mirada que es como la de un cuadro abstracto donde no reconocemos una facción clara, un atisbo de claridad o una idea trascendental, por lo que a menudo, son tachados erróneamente con un prejuicio cargado de ignorancia.
Según los expertos y diferentes estudios,  se estima que es suficiente ocho segundos para determinar si una persona nos cae bien. Sugieren que esto se debe a que en sólo 300 milisegundos (medio segundo) la imagen del individuo queda grabada en nuestro lóbulo frontal, el cual durante ocho segundos analiza los rasgos que de acuerdo a nuestra memoria, neuronas espejo y conocimiento determinan si es agradable o no.  ¿Y qué son ocho segundos en nuestra vida? Nada. Pero, ¿qué son ocho segundos en relación a esa mirada abstracta? Mucho, pues ese instinto que tiende a alejarnos a simple vista, puede determinar el futuro de lo que podría ser una fantástica relación de amistad. Porque si no indagamos en el interior de esa mirada, nos quedaremos atrapados en una carcasa insignificante que podría privarnos de una fantástica oportunidad de viajar al mundo de otra persona. Pues cada persona, escondido en algún rincón, guarda un mundo repleto de historias, anécdotas y un pasado cargado de emociones y esperanzas.
Y en muchas ocasiones son las experiencias las que, por otro lado, hacen que esa mirada abstracta caiga mal. Algún aspecto físico o psicológico, la sonrisa, la manera de andar, la manera de gesticular u algún otro rasgo que acompañe a esa mirada y que recuerda a alguna otra persona con la que se tuvo una mala experiencia y se extrapola a la humilde persona de mirada abstracta, adjudicándole una personalidad o unos atributos equivocados; en ese caso, tan sólo caerá mal debido a las experiencias vividas de la persona que juzga.
Sabed que algún día, tarde o temprano,  esa mirada aparecerá en vuestro camino, sigilosa como lo hace siempre. Porque esa mirada, al igual que un cuadro abstracto, no busca reconocimientos ni ayuda exterior; no pide atención ni suplica un minuto de nuestro tiempo; no se esconde, pero tampoco sale al encuentro; no grita, pero si te acercas, acaricia tus pupilas suavemente, con tacto, con delicadeza; no tiene un color especial, pero cada vez que viajas dentro de ella, te muestra un sendero colorido, lúcido, vívido.  Una absoluta pieza de museo esperando a ser descubierta. Esa mirada podrá mostrarse en un bar o en una plaza, en la más ruidosa discoteca o incluso en la pacífica rivera de un río, surcando los más extensos mares o recorriendo a pie la entrañable estepa; pero sea donde sea, esa mirada estará dispuesta a ser escuchada, entendida y respetada.
En ocasiones, aparecerá en el rostro de algún vecino, de algún compañero, de algún familiar, de alguna persona allegada. Pero otras veces, estará en el rostro serio de un simple desconocido. Si la persona es conocida la mirada se perderá entre nuestros quehaceres en el ritmo imparable del día a día; si no lo es, en el mejor de los casos, pensaremos que la persona es así de apagada. Lo que a menudo eludimos es la emoción que despierta esa mirada. A veces serán circunstancias temporales, un trasiego de fortunas y cataclismos que danzan en un baile tormentoso y provocan una riada de sentimientos que desbordan las mejillas. Otras veces, será una historia de superación, de incertidumbre, de timidez por lo vivido. Historias de largos viajes desde tierras tan lejanas como inhóspitas, crónicas de un desenlace inesperado.
A menudo nos proponemos viajar a lugares alejados, exóticos y extravagantes. Cruzar el Atlántico, recorrer las playas más paradisiacas, perdernos por una gran ciudad… pero cada día, en cada esquina, a cada paso, perdemos vuelos más importantes. Individuos con relatos increíbles que caerán en el olvido por no haber llegado a conocerlos nunca. Hombres y mujeres extraordinarias que alejaremos por nuestros prejuicios. ¿Por qué no viajar al interior de esa persona para descubrir sus miedos, sus preocupaciones, sus propuestas de futuro y sus propuestas de presente? Atreverse a descifrar esa mirada y trasladarse al mundo que lo rodea. Contemplar ese lienzo de óleo sólido, repleto de matices, brillos y pinceladas. Observar cauteloso. Escuchar todo lo que cada tonalidad tiene que decirnos. Atisbar esa sonrisa que se esconde tras los labios. Comprender la historia que aguarda dentro de sí. ¿Puede haber algo más maravilloso?   Quizá sí, transformar esa mirada abstracta, en una risueña expresión de alegría. Es ahí donde nace la magia.