jueves, 21 de julio de 2016

La perfecta imperfección


“La imperfección es belleza, la locura es genialidad, y es mejor ser absolutamente ridículo que absolutamente aburrido” Marilyn Monroe



Como decía Marilyn, pocas veces nos paramos a pensar cómo sería un mundo perfecto, donde la gente actuara de una manera deseada y a la vez esperada. Donde todo fuera milimétrico y medido hasta el último suspiro. Quizá así todo se convertiría en la trama de esa película que tantas veces nos han contado y cuyo final ya sabemos de memoria. O quizá la sinopsis de esa novela que tanto nos gusta pero que no queremos volver a leer porque ya sabemos cómo actuará cada uno de los personajes. Todo se convertiría en una falsa armonía donde las personas se moverían por inercia, como una pelota que rueda, pero que ignora por qué. El caminar por esta aventura sería más aburrida a falta de caídas, contratiempos y actuaciones imprevisibles que nos hicieran temblar y a la vez disfrutar con el sentimiento más profundo que cala hasta la parte más recóndita de nuestros huesos. Porque es en las emociones imperfectas de los humanos, sus desaciertos y sus tropiezos, donde encontramos la esencia de este guiso.

Aun así, todavía hay gente que sueña con ese lugar idílico propio de una película de dibujos animados. Bueno, en realidad todos hemos soñado con un lugar así. Alejado del drama y el dolor, de las heridas en las rodillas tras cada caída y donde los personajes viven en paz y armonía respetándose los unos a los otros. La magia acaba cuando empezamos a crecer y vemos que el camino se muestra un tanto bacheado, el mar en calma siempre alberga alguna tormenta y los personajes que nos rodean no son lo maravillosos que podían ser. Entonces, al abrir los ojos, nos vemos obligados a dejar de coger la vida minuciosamente con pinzas, a agarrarla con nuestras manos antes de que se nos escape. Porque sí, si permaneces esperando que las cosas pasen no llegan a ocurrir; hay que hacer que las cosas pasen. El mundo no tendrá piedad en arrebatarte lo que deseas porque no es el mundo idílico que nos muestran de pequeños; no obstante, en nuestras manos está hacer que ese mundo imperfecto no sea un mundo idílico, pero si, entre todos, un mundo mejor.

Pero no solo el mundo, sino también las personas. Nuestros padres, hermanos, amigos, vecinos… Toda la gente que forma parte de nuestra vida, forma parte de nuestra imperfección y a la vez, formamos parte de la suya. Como me decía una abuela: “hoy en día vivimos en una etapa en la que si algo se estropea, en vez de arreglarlo, compramos otro”. Es esa falta de tolerancia, de aceptación de los errores lo que nos lleva a perder la cabeza, a cargarnos de odio contra el que está al lado y así acallar la frustración porque las cosas no son como nos gustarían. Y es en esa travesía de furia y discusión, donde olvidamos de que la gente puede ser tan maravillosa como nosotros hagamos que lo sea. Si ensalzamos sus virtudes y trabajamos sus defectos con diálogo y comprensión. Claro, eso requiere un esfuerzo y vivimos tan apresurados que no todo el mundo está dispuesto a invertir tiempo de su vida. No obstante, siempre podremos salir corriendo e ir en busca de piezas perfectas que encajen en nuestra vida como un puzle perfecto, donde todo sea tan exacto como siempre hemos soñado. Pero el mundo real no es un pasatiempo ni las personas somos piezas exactamente modeladas. Podríamos pasarnos la vida entera buscando la pieza perfecta entre una infinidad de opciones y que nunca llegara, porque que la pieza sea perfecta, depende de nuestro nivel de exigencia y tolerancia. Siendo conscientes de que nosotros mismos tampoco somos una escultura tallada en mármol con la superficie bien pulida.



Nadie necesita una vida perfecta para ser feliz. En un estudio, donde se comparaban las vidas de personas, llegaron a la conclusión de que las personas más felices no eran aquellas a las que les sucedían las cosas más fascinantes ni extraordinarias. Entonces, ¿adivináis cuáles? Sí, las personas más felices eran aquellas, que hacían fascinante aquello que les sucedía. Las que sacaban lo positivo de todo lo malo que se cruzaba en su sendero. Al fin y al cabo, la felicidad solo depende de nosotros y en nuestras manos tenemos más capacidades de las que nos imaginamos.

No esperéis la perfección y vuestros deseos para poder disfrutar cada bocanada de esta vida. Para apreciar ese atardecer aunque el cielo amenace tormenta; para maravillarse con la arbitrariedad de una noche estrellada; para contemplar el laberinto de edificios en la colina de una gran ciudad; para fascinarse con el vaivén de las olas en una orilla cualquiera; para valorar la compañía de aquel que nos tiende la mano. Ama la imperfección, aprecia la vida. Porque si valoras la imperfección, podrás hacer de este mundo un idilio en el que vivir.