Decía
Ramiro de Maeztu que “ la patria es espíritu. Ello dice que el ser de la patria
se funda en un valor o en una acumulación de valores, con los que se enlaza a
los hijos de un territorio en el suelo que habitan”
El
tiempo pasa, la sociedad se modifica y las personas cambian con ella. Pero
olvidamos que cambiar, no es avanzar, que hoy tengamos mejores medios de
comunicación no evita que sigamos cometiendo los mismos errores que ayer. Y
esta nación, no cesa de caer en los mismos errores una y otra vez. Y esto se
acentúa cuando la gente, como decía Maeztu, pierde los valores que nos unen
como personas, que nos hacen creer en un mundo mejor, porque para cambiar una
ciudad, una comunidad o un país, se necesitan personas cargadas de fe en un
mañana mejor, que no hagan alarde de una bandera que en realidad no sienten.
Ser de un país no es llevar la banderita en el fondo de pantalla, ni pintarse
la cara de los colores de tu selección cuando llega el mundial o la Eurocopa.
Ser de un país no es defenderlo a capa y espada con palabras, ni desacreditar
al resto de países o personas por razón de su origen o etnia.
Sentir
un país es partirse la espalda por el de al lado, dejar que el sudor surque la
frente por cada esfuerzo, por cada ayuda que damos y servicio que prestamos.
Mostrar tu mejor versión sin esperar nada a cambio. Eso nos hace humanos y no
autómatas que deambulan errantes tratando de salvar su pellejo porque no saben
si llegaran a fin de mes. Si no dejamos aparcados el odio, el rencor, la rabia,
la ira, las espinas de guerras pasadas, el dolor de tantas vidas perdidas en
vano, nunca podremos avanzar. Para
seguir adelante, es necesario dejar aparcado el pasado y construir un nuevo
país con gente honrada, que gane lo que necesita; con gente honesta con su vida,
que sienta lo que dice y cumpla con su palabra hasta el final, sin enfundarse
en falsas promesas electorales que nunca serán verdad; gente que ame hasta el
último suspiro de esta vida y lo demuestren cada día; gente llena de valores
que busquen en el esfuerzo la meta de sus sueños, que no se dejen llevar por
placeres súbitos y profesiones vacías que te llenaran los bolsillos, pero que
lentamente, como aquel que vuelca un vaso, vacíen su corazón.
Tantos
intereses ocultos, tantos lugares llenos de gente pero ausente de personas;
tantos talonarios repletos y corazones congelados; tantas plazas silentes y
bancos ruidosos; tantas verdades ocultas y tantas mentiras mostradas; tantas falsas sonrisas y tanto dolor
verdadero; tantas casas vacías y tanta gente que vive en la calle; tantos con
capacidad para llegar lejos y tan pocos que lo hacen por no creer en su sueño,
por no tener claro su objetivo en la vida; tantas personas con un objetivo
claro y que sin embargo, no tienen posibilidad de llevarlo a cabo; tantos niños
sin infancia y tantos parques sin niños;
tantas conversaciones en los móviles y tanto silencio en cada mirada, en
cada encuentro, en cada compañía; tantos libros repletos y tantas mentes
ausentes de conocimiento que recitan sin aprender; tantos campos de fútbol y
tanto fracaso escolar; tantas plazas de toros y tantos recortes en la sanidad;
tanto odio injustificado, tanta venganza y tan poca solidaridad.
Estaba
claro que algún día llegaría ese momento; el momento de despertar y darse cuenta
de que no podemos presumir de un país
que a pesar de tener los mejores equipos de fútbol, los mejores estadios, los
mejores toreros, las mejores playas de Europa y demás motivos de ocio, encabeza
la lista de parados, de paro juvenil, de abandono escolar, de familias en
riesgo de exclusión social y de pobreza infantil.
Pero no
temáis. Aún queda esperanza en el obrero que cada mañana se levanta para sacar
este país adelante, que hace del sudor de su frente su bandera y que tributa de
manera honrada como una hormiga que intenta cargar a sus espaldas el peso de un
país entero; la base de esta pirámide que por momentos se tambalea. Nadie es
más importante que nadie, todos nos necesitamos. Y es ahí, en cada agricultor
que madruga para labrar la tierra; en el ganadero que no descansa para salir
adelante; en cada pescadero que sale a faenar cada mañana incluso para no
volver en meses; en cada bombero que arriesga su vida por salvar a los demás;
en cada policía que intenta poner orden; en cada camarero que madruga para
servirte el café; en cada voluntario que trabaja sin cesar para ayudar a los
necesitados; en cada científico que no duerme por descubrir una cura; en cada
profesor que deja el alma por crear grandes personas; es en estos casos y en
otros tantos, en los que podemos alzar la voz y gritar “viva mi nación” y
sentirnos orgullosos de pertenecer a ella. Porque no hay derechas ni hay
izquierdas, no hay rojos ni azules; no hay verdades absolutas ni leyes
impolutas; no hay ideas que tengan supremacía sobre otras. Para que crezca un
país es necesario que crezcan las personas, que se carguen de humanidad y se
conviertan en personas repletas de solidaridad, de honradez, de honestidad, que
sientan la amistad y el amor. Que
aprecien su vida y la de sus familias. Que sean conscientes de que la fachada
es muy bonita, que el color de la bandera luce muy bien, pero que lo que
verdaderamente importa es el interior, convertir las palabras en hechos, las verdades en
realidades y las promesas en compromisos eternos. Sólo así seremos grandes y
espero que para cuando despertemos de este letargo, no sea demasiado tarde.
Tienes razón en todas tus palabras... por una nación que nos haga estar orgullosos. Enhorabuena sigue así.
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