sábado, 4 de abril de 2015

Un segundo, una eternidad

Suspiros que salen del alma. Palabras que fluyen en una riada de sentimientos. Tu mirada junto a la mía; y tu mano, que lentamente cae para no volver jamás. Todo eso ocurrió en un mero segundo, una nada en realidad, pero que cambió nuestras vidas para siempre.




¿Cuántas veces habremos despreciado esos segundos esperando en una parada de bus, una estación o haciendo cola? Cuántas veces habremos despreciado lo pequeño… ¿no? Poca gente se agacha por un céntimo, pero es la suma de esas pequeñas decisiones, las que marcan la diferencia. La vida es eso, una pequeña suma de momentos y segundos disfrazados de lugares, personas y emociones; porque al final sólo recordaremos el lugar donde todo comenzó, las personas que nos acompañaban allí y el sentimiento que despertaban.

Olvidaremos el segundo en el que el destino nos empujó a tomar esa decisión, donde nada volvería a ser igual tras ello. Cada movimiento en este tablero cuenta en un proceso de ida y de no retorno, porque cada marca en nuestro cuerpo es un eco que el silencio se encargará de recordar. Pero si hay algo que siempre grabaremos en nuestras mentes es el preciso instante en el que cogimos el teléfono para recibir la noticia; y cómo lentamente el llanto sucumbió ante un grito de horror e incredibilidad, el silencio acudió a la llamada y poco a poco inundó nuestros cuerpos. Un silencio turbio, tenebroso, diferente; nada a lo que podamos comparar.

¿Por qué a ella? ¿Por qué a él? ¿Por qué a esas 70, 150, o 200 personas inocentes? Nunca nadie podrá saberlo, porque la tragedia nunca da razones, no avisa, no es justa, no permite despedidas, no entiende de esperas ni ocasiones. Pero a veces, nos da otra oportunidad para nacer de nuevo, para mirar el mundo con otros ojos, apreciar cada segundo que puede cambiar nuestras vidas para bien o para mal.

¿Cómo olvidarlo? Su garganta muda y el alma rota en mil pedazos; sus ojos inundados en un mar de lágrimas y la mirada perdida en la oscuridad del horizonte; las manos clamando al cielo y sus rodillas clavadas en el suelo. El mundo parecía un gigante ante su pequeño ser, todo parecía inexplicable, difuso. Una vida partida, y un futuro borrado. Una amistad desecha y un amor truncado. Todo eso pudo ocurrir en aquel fatídico segundo, una nada en realidad, que despreciamos una y otra vez en el azar de nuestras vidas; pero que puede dejar un estigma para el resto de la eternidad.




¿Todavía los desprecias? No esperes a que el destino llame a tu puerta, no dejes que la tragedia te bañe de dolor y arrepentimiento. Vive, comparte. Todo puede cambiar en eso… un segundo. 

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