sábado, 26 de septiembre de 2015

En tierra de nadie


“Con frecuencia solemos caer en la trampa de considerar "nuestro", frente a lo nuevo, aquello que tenemos desde hace tiempo aunque, en su origen, nos viniese tan de "fuera", nos fuese tan "extraño" como lo nuevo de ahora.” José Luis Aranguren




Algo aparentemente tan rocambolesco viene a simplificar que a menudo solemos apropiarnos de cosas que no nos pertenecen: de objetos, seres, enseres y lugares que están ahí mucho antes de que el ser humano tuviera la capacidad de entender y la oportunidad de pensar. Algunos de ellos, ni siquiera los elegimos. Pero el humano, terco y testarudo, no duda en apropiarse de lo que no tiene dueño.

Un ejemplo claro son los continentes, naciones, comunidades, provincias y ciudades que pueblan nuestro inmenso punto azul. Pese a ver al vecino como un extraño, y cuanto más lejano más extraño, todo en su conjunto pertenece a una misma entidad: el planeta Tierra. Aquí la gente camina desorientada intentando imponer su propia verdad, tratando de exaltar sus colores y banderas sobre los demás, demostrando su hegemonía al resto del mundo. También es común el efecto contrario, miradas ingratas cada vez que una persona venida “de fuera” llega a lo que la gente considera como suyo. Como si fueran ellos los fundadores de un territorio que pese a estar disfrazado de calles, muros y riadas de cemento, existe desde tiempos inmemorables. Es por ello que debo recordar, queridos lectores, que ninguno de vosotros eligió el lugar donde debería nacer ni el curso de la historia en el que habitaría, es por ello que me veo obligado hacer una parada en esta incesante travesía de desenfreno en la que vivimos y plantear la siguiente pregunta: ¿Es lógico injuriar al vecino defendiendo unos colores, una bandera y un lugar que no elegimos? Y es cierto que todos nos sentimos orgullosos de nuestra tierra, de nuestros orígenes y nuestras culturas, de nuestra tradición y nuestras gentes, pero incluso en el transcurso de esta entrada, es difícil omitir el posesivo, aunque objetivamente, habría que comenzar a pensar que nada de ello nos pertenece.

Nada de eso nos pertenece porque gran parte de esas tradiciones y cultura que hacemos como nuestras, estaban ahí antes de que naciéramos y todo ello, permanecerá incluso después de nuestra muerte. ¿No es pues, nuestra vida una simple anécdota en un mar de palabras? Tan corta y breve como esta entrada, tan dulce y amarga como esta verdad.

Y a esta altura, muchos de vosotros os preguntaréis dónde quiero llegar con eso de que el lugar y su entorno, no nos pertenece. No hay que remontarse muy atrás en el tiempo, sólo basta con ojear un periódico o ver las noticias.  ¿Qué ocurre si esa tierra que tanto estimamos, nos da la espalda? Que quedaremos en tierra de nadie, al desamparo de una acogida que se antoja difícil. Es necesario matizar que tanto el revés de un territorio como la negación de acogida se produce por el mismo fenómeno: la posesión de un terreno que no pertenece a nadie. Una guerra civil nunca podrá enterrar la verdad, ni una negación de acogida, esconderla. Porque más allá de lo que muchos creen, no podemos poner barreras, muros o estamentos que limiten una nación; una nación que no eligieron, una nación que no elegimos. Es aquí donde aparece la idea de empatía, porque si el dirigente, político o ciudadano que espera con las manos en los bolsillos estuviera al otro lado del muro, como refugiado, las circunstancias cambiarían. Y podría haberlo estado, ¿por qué no? Él tampoco eligió su origen.

El mundo, esa cultura, esa tradición, es un préstamo que se nos da para esta breve estación llamada vida. ¿Os imagináis que un día fuerais a un parque y al sentaros en un banco os dijeran que debéis abandonarlo porque es de los vecinos del barrio?  No podemos adueñarnos de lo que no tiene dueño.

Desconozco si esta entrada es una osadía desde la primera palabra o tan sincera  como para ser contada, pero espero que cale tan hondo como lo puede hacer un baño de realidad. Y es que están tan acostumbrados a ver todo tan controlado, todo tan ordenado que cuando una población en masa pide ayuda y huye, buscando algo mejor, como haría cualquier persona por mucho amor que le tenga a “su tierra” ( y el que diga que no miente) que deberíamos empezar a plantearnos que la inmigración y emigración son nada más que una pequeña parte de este proceso de globalización que nos permite abrir la mente y darnos cuenta de que todos, en nuestro conjunto, pertenecemos a la misma especie y por ello deberíamos caminar unidos, con un mismo destino común, como ya lo hicieron grandes civilizaciones como los Mayas o los Egipcios, sólo que más adaptado a nuestro tiempo. Sólo así, lograríamos grandes cosas, porque la grandeza humana no está escrita y fluctúa sin unos cimientos firmes.

Este diminuto punto azul, situado en medio de un inmenso universo, que acoge una infinidad de parajes, de tierras, de seres y criaturas de diversa naturaleza, que ha criado al humano desde antes que este comenzara a dar sus primeros pasos, desde antes que aprendiera lo importante que es cooperar y socializarse porque solo, no puede ser autosuficiente; que ha vivido tantos encuentros y desencuentros; que se ha emocionado tantas veces cuando una persona lo abandonaba hacia un más allá y que ha llorado de alegría al revivir un nuevo nacimiento; que ha visto levantar tantos imperios y hegemonías, empuñando armas y escudos, y que a la vez ha contemplado como se desvanecían comidos por su mismo orgullo y egoísmo; esta tierra es la misma que ha vivido tantas veces el trasiego dubitativo de tantas personas, buscando un  mañana mejor, aquello que perdieron sin merecimiento alguno o que quizá, nunca llegaron a tener. Este mundo, pequeño en ocasiones, inmenso ante la humanidad, también fue, es y ha sido testigo de grandes hazañas, logros y éxitos, porque aquello que nos pertenece a todas las personas de este planeta, sean de dónde sean, vivan donde vivan, es esa capacidad como humanos de tender la mano ante la dificultad, de no arrugarse ante la incertidumbre y sacar a la luz lo que sí elegimos: nuestra grandeza como especie cuando desde la humildad, ayudamos al que lo está pasando mal.









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